Un conejo me observa desde lejos y rumia su miedo. Cuando me acerco a un par de metros, da un salto y se esconde entre la menta. Entrecierra los ojos y el mundo desaparece —1, 2, 3, yo ya no estoy—. Saco el teléfono, me aproximo despacio un poco más y le robo parte de su miedo.
Cuando llego a casa, me ducho, descargo la foto y escribo estas líneas intentando averiguar qué parte del mamífero asustado se ha quedado conmigo, si el deseo de desaparecer o el miedo ante lo que desconozco.
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