A Eugenio Montale le tengo un cariño especial porque fue el primer poeta del que me hice con una edición bilíngüe, porque le concedieron el Premio Nobel cuando yo empezaba a ser un lector de poesía y porque gané una cerveza en una apuesta gracias a un verso suyo.
Contemporáneo de la Generación del 27 española, fue despedido en 1938 del Gabinetto Vieusseux por negarse a colaborar con el fascismo. Su obra se inspira en el paisaje mediterráneo. La soledad y la desesperanza serán constantes en ella.
Escucha, los poetas laureados
se mueven solamente entre las plantas
de nombres poco usados: boj ligustro o acanto.
Yo amo los caminos que dan a las herbosas
zanjas donde en los charcos
medio secos agarran los muchachos
alguna anguila exhausta:
los senderos que siguen los ribazos,
bajan entre penachos de las cañas
y llevan a los huertos, entre los limoneros.
Mejor si la algazara de los pájaros
engullida por el azul se apaga:
más claro se oye el susurro
de las ramas amigas en el aire que casi no se mueve,
que no sabe despegarse de la tierra
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
Aquí de las entretenidas pasiones
milagrosamente calla la guerra,
aquí también a los pobres nos toca nuestra parte de riqueza
y es el olor de los limones.
Ves, en este silencio en que las cosas
se abandonan y próximas parecen
a traicionar su último secreto,
a veces uno espera
descubrir un error en la Natura,
el punto muerto del mundo, el eslabón que cede,
el hilo a desenredar que finalmente nos lleve
al centro de una verdad.
La mirada escudriña alrededor,
la mente indaga acuerda desune
en el perfume que desborda
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna turbada Divinidad.
Pero falta la ilusión y nos devuelve el tiempo
a las ciudades ruidosas donde el azul se muestra
sólo a pedazos, en lo alto, entre los cimacios.
La lluvia fatiga la tierra, después; se agolpa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se vuelve avara, amarga el alma.
Cuando un día por un mal cerrado portal
entre los árboles de un patio
se nos muestra el amarillo de los limones;
y el hielo del corazón se derrite,
y en el pecho nos vierten
sus canciones
las trompetas de oro de la solidaridad.
Traducción de Carlo Frabetti
Aquí lo tenéis en la voz de Nando Gazzolo:
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