Cuando un pueblo vota la guerra, nadie hace cálculos sobre su propia muerte y suele atribuir a otros esta desgracia, Grecia no perecería jamás enloquecida por las armas. Y eso que todos los hombres conocemos entre dos decisiones —una buena y una mala— cuál es la mejor. Sabemos en qué medida es para los mortales mejor la paz que la guerra. La primera es muy amada de las Musas y enemiga de las Furias, se complace en tener hijos sanos, goza con la abundancia. Pero somos indignos y, despreciando tales bienes, movemos guerras y nos convertimos en esclavos del inferior, como individuos y como Estados. [verso 481 y sigs]
Más adelante: Miserables mortales, ¿por qué tenéis armas y os matáis mutuamente? Deteneos, que alejados de la guerra conservaréis en paz vuestras ciudades con ciudadanos pacíficos. Poca cosa es la vida y es preciso recorrerla hasta el final con la mayor tranquilidad posible y lejos de la desgracia. [v. 950 y sigs] Suplicantes, Traducción de J.L. Calvo Martínez.
La filosofía clásica nos enseñó a pensar; la literatura, además, nos mostró el camino de la racionalidad porque puso escenas y sentimientos a la abstracción. En ella seguimos viendo el nacimiento de lo humano. Independientemente del aparejo técnico, la literatura clásica lo es porque en ella sigue estando lo sustancial de nuestros deseos, nuestros miedos y nuestras aspiraciones.
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