Carta sobre la tolerancia |
Le tocó vivir tiempos difíciles, pero en lugar de dejarse arrebatar por los prejuicios, la sinrazón y el fanatismo, utilizó eso que la naturaleza nos ha ofrecido y nos constituye propiamente como seres humanos: la razón.
La Carta sobre la tolerancia, publicada un año después de la Revolución de 1688, es toda ella un ejercicio argumental impecable para defender la necesidad de separar la práctica religiosa, que afecta a un colectivo determinado de creyentes, de la organización política y administrativa, que incumbe a toda la población, independientemente de las distintas creencias que profese.
En este sentido, cada iglesia debe disponer de toda la libertad para organizar sus ritos y sus cultos, pero esa libertad termina cuando el ejercicio de la misma pueda suponer un daño en los derechos de otras personas o un atentado contra el propio Estado. Como consecuencia, no es posible la propia libertad religiosa sin una secularización de la política. La fe es personal; la organización social, en cambio, es un asunto colectivo.
John Locke no es precisamente un radical y, empujado por sus creencias profundamente religiosas, deja fuera de este juego a los no creyentes. Sin embargo, cuánto mejoraría el mundo si fuéramos capaces de asumir el principio de tolerancia propuesto por el filósofo inglés hace más de tres siglos.
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Como corresponde a un texto clásico, hay muchas ediciones y muy buenas en el mercado; casi todas disponen de presentaciones críticas valiosas.
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