He releído en mis viajes al trabajo en transporte público los Relatos de los Mares del Sur. He vuelto a disfrutar con la escritura ágil de London como lo hice el primer día. He vuelto a disfrutar con la crítica ácida, corrosiva en ocasiones, divertida en muchos en muchos casos, que hace del todopoderoso hombre blanco y su derecho a gobernar la tierra toda. Algunos cuentos me parecen espléndidos y todos ellos deberían ser materia de lectura adjunta a las clases de Historia contemporánea, tema: La expansión colonial de Europa.
Posiblemente, de todos los cuentos de la colección el que más me gusta sea El chinago. Una historia que desconozco si es inventada o real, pero apostaría algo por lo último. En cualquier caso, si London no la recoge tal cual se produjo, hay más de un documento de la época que relata casos similares situados en esa y en otras partes del mundo. No hay palabras para describir el repulsivo desprecio por la vida y la justicia de que hacen gala en el cuento los funcionarios coloniales.
Pero lo que quiero compartir aquí es un párrafo del cuento El inevitable hombre blanco, que bien podría dar título a toda la colección. Al comenzar el relato, tres personajes hablan sobre la incapacidad de los distintos grupos humanos para entenderse, en este caso entre negros y blancos. Uno de ellos, queriendo buscar una explicación más general del asunto propone la teoría siguiente:
—Y, naturalmente, el
hombre blanco es inevitable. Es el destino del negro —le interrumpió Roberts—.
Dígale a un blanco cualquiera que hay madreperla en una laguna infestada por
decenas de miles de caníbales vociferantes e inmediatamente se pondrá en camino
con un reloj despertador que utilizará a modo de cronómetro y media docena de
buceadores canacas, todos apretados como sardinas en lata en un espacioso
queche de cinco toneladas. Susúrrele al oído que se ha descubierto oro en el
Polo Norte y esa misma criatura de tez blanca, ese ser inevitable, partirá sin
dilación, armado de pico, pala y el último modelo de artesa. Y lo que es más,
llegará a su destino. Hágale saber que hay diamantes en las ardientes murallas
del infierno y el hombre blanco asaltará esas murallas y pondrá a trabajar al
mismísimo Satán con su pico y con su pala. Ahí tiene el resultado de ser
estúpido e inevitable.
Sí, algo tiene el género homo, y ahora el que generalizo soy yo, que nos lleva a no dejar rincón sin explotar ni material, por nimio que sea, sin reducirlo a beneficio.
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