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lunes, 15 de diciembre de 2014

LA INSOPORTABLE ESTUPIDEZ DE LA POESÍA CONSIDERADA COMO REVELACIÓN

Tal y como nos recuerda el divertidísimo trabajo de Cipolla sobre la estupidez, ésta se halla igualmente repartida entre todos los grupos humanos —véase la segunda ley fundamental—, aunque yo me inclino a pensar que el porcentaje correspondiente —sea éste el que sea— tiende a hacerse mayor en cuanto observamos de cerca el grupo de personas que se mueven en torno a la poesía.

Leo con agrado el trabajo de J. L. Vega (poeta, ensayista y director de la academia puertorriqueña de la lengua española)... hasta que llego al penúltimo capítulo. Entonces me derrumbo, caigo desolado ante la magnitud del misterio, ante la profundidad insondable e indecible del enigma. Literalmente derrotado. Por fortuna, después de unos minutos, me rehago, tomo aliento e intento utilizar lo más racionalmente que sé unas pocas palabras que os cuenten por qué he leído con placer las 117 primeras páginas y con absoluta consternación las 50 restantes.

El librito, tal y como se aprecia en el subtítulo, es una guía para iniciarse en el conocimiento de algunas de las características de este hermoso género literario. Así, el autor nos va recordando con muchos y bien traídos ejemplos la importancia que tienen en el poema los fonemas, los sonidos, el ritmo y lo que las palabras significan en el mismo, más allá del diccionario. Nos recuerda también las distintas maneras que tienen los poetas de enfrentarnos al texto —confesional, enunciativo o apostrófico— y ofrece, en fin, numerosas pistas para acercarnos más fácilmente al significado que late entre los diversos recursos estilísticos. Hasta ahí todo bien. 

La desolación llega cuando —¡otra vez más!— quiere explicarnos el sentido último de la Poesía como portadora de la dimensión invisible de lo real, la que no se manifiesta a los sentidos ni a la razón analítica (p 121). Entonces aparecen todas las invocaciones al misterio, a la magia, a lo sagrado. Y aparecen, claro, los monstruos, también sagrados, del decir oculto y penetrante, los santones que poseen el verbo, porque el poeta es, ya nos lo decía Platón, el profeta que habla cuando los dioses tienen la gracia de concederle la inspiración. 

Lo increíble es que toda esta basura teosófica, gnóstica y mistérica tenga aún tanto predicamento entre poetas y entre ensayistas, incluso si son directores de academia. Lo increíble es que demos pábulo a lo esotérico desde textos que pretenden ser científicos —el ensayo literario bien hecho es una herramienta eficaz de conocimiento—. Lo increíble es que para explicar el encanto de la expresión poética haya autores que recurran a iluminados como Jakob Böhme. Lo increíble es que buena parte de los considerados más altos poetas de la literatura occidental, según el canon, es decir, según los manuales, sean partícipes de esta creencia y que se les baile el agua en universidades, academias y foros culturales de todo tipo. 

¿Cuándo vamos a dejar de asociar el verso perfecto, la metáfora sublime, al abismo de la divinidad? ¿Cuándo vamos a entender que la poesía es otra manifestación más del género humano, que tiene sus formas específicas de expresión, pero no por ello es el resultado de la intervención divina, ni de de las fuerzas ocultas de la naturaleza que sólo susurran al oído de la gente que escribe en renglones cortos y a veces rimados? ¿Cuándo vamos a dejar simple y llanamente de mentir?

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