Me sentí atraído por la filosofía antes que por la poesía. Seguramente, buena parte de la culpa haya que echársela a mi profesor de 6º, el profesor Rovira. Esa pasión adolescente por descubrir y entender el mundo, por hacernos con las respuestas a las preguntas de siempre, por intentar saber por qué hacemos lo que hacemos, a mí me empujó hacia la filosofía. Me fascinaba la forma de explicar y de construir conocimiento que leía en sus textos. Me parecía que nadie lograba acercarse más a la esencia de la realidad que ellos.
Pero además de los momento de placer, los más, sobrevenían los de desesperación, porque no era capaz de entender lo que leía. Mi lado salvaje y antiacadémico siempre me ha empujado hacia el autodidactismo. Ese margen de libertad hay que pagarlo con rodeos, equívocos y todo tipo de tropezones. Hoy, después de muchas vueltas, soy capaz de disfrutar con lecturas muy diversas y de entablar un diálogo con algunos de mis más queridos monstruos e incluso de decirles que, desde mi punto de vista, están equivocados.
Con algunos otros, ante los que me sentía claramente acomplejado porque no lograba entender lo que decían, poco a poco he ido entablando otra relación e he ido comprendiendo que la dificultad no era tanto mía como de ellos. A veces con muletas, otras con mucha paciencia, he ido descubriendo lo que querían decirme y, lo más importante, que eran ellos los que no sabían decir lo que querían decir. Esto, que puede sonar un poco brutal, no quiere decir otra cosa que no siempre la virtud de saber explicarse acompaña a los grandes pensadores.
Esta carencia, en muchas ocasiones, la interpretamos como deficiencia, como torpeza nuestra, pues no entendemos lo que allí nos dicen y llegamos incluso a pensar lo grandes que son, precisamente porque no somos capaces de entenderlos. Dicho de otra manera más coloquial: son buenísimos, sólo hay cuatro capaces de entender su pensamiento. Y cuanto más oscuros sean da la impresión de que tienen que ser mejores pensadores.
Ahí está el error. Son filósofos, son pensadores y su material de trabajo son las palabras, patrimonio común de todos los hablantes. No se trata, por poner un ejemplo, de física de cuerdas, para la que sí hace falta un lenguaje muy especializado como es el lenguaje matemático de última generación, que incluso se está inventando sobre la marcha para poder seguir realizando investigación, para poder seguir generando conocimiento.
Ya sé que en ocasiones hay que ponerse muy técnicos, que el problema que se trata de explicar es una cuestión muy específica, que no todo puede decirse con términos genéricos. Ya sé que no siempre la parte de la realidad a la que se refieren es simple y evidente para todos nosotros. No obstante, cualquier realidad puede ser reducida a palabras, que lo inefable no forma parte del conocimiento compartido. Y si algo es la filosofía, en mi opinión, es razonamiento público, argumento que se somete a la discusión de toda la sociedad. Y para eso es conveniente ser claros y precisos. Es una virtud, no un defecto.
Completamente de acuerdo contigo, a veces es difícil entenderlos por su limitación de trasmitir sus conocimientos, requerimos de interpretes o divulgadores. Saludos
ResponderEliminarGracias, Sergio, eres muy amable dejando aquí tus impresiones. Te siento ya como si fueras casi de la familia.
EliminarOtro saludo para ti.