No va solo el que llora.
No os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar al alma,
jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.
No os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
basta un pesar al alma,
jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del Destino, arista humilde,
rodé triste y perdida;
pero conmigo lo llevaba todo:
llevaba mi dolor por compañía.
Independientemente de que creyera o no en el destino, que ya de por sí me parece triste; independientemente del juego de las palabras, en el que más de un poeta cae, y lo que allí está escrito no es tanto lo que significa cuanto lo que la vaguedad de los ritmos, sugerencias o escondidas alusiones proponen a pesar de lo que realmente se dice; independientemente de esas cuestiones, digo, ¿cabe mayor plenitud de la tristeza que afirmar que para sentirnos plenos no hay nada mejor que una pena?, ¿es posible decir que no es necesario nada más, porque ya se tiene todo si llevamos con nosotros el dolor?
A mí se me hace difícil creer en la sinceridad de las palabras. Se me hace muy difícil imaginar una persona que en su sano juicio pueda llegar a decir que más le satisfacen los momentos de tristeza que los de alegría, a no ser que, como la paloma de Alberti, tenga trastocados todos los elementos perceptivos de la realidad.
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