Hay libros que dejan una profunda huella, que son como una descarga emocional, que nos gusta todo lo que dicen desde el comienzo y con los que compartimos hasta sus comas. Se hacen con nosotros desde que los cogemos en la librería. Esto fue lo que me ocurrió con la Carta a D. Después he regalado unos cuantos ejemplares y, debo decirlo, los destinatarios no han sentido esa misma emoción. Está claro que no es uno de esos libros que dejan una profunda huella a todo el mundo. Y es que la muerte anda por medio y no todos estamos dispuestos a sentarnos con naturalidad al lado de la vieja dama.
Sí, las poco más de cien páginas que conforman el libro, son una hermosa carta que el autor escribe a su mujer cuando ella tiene 82 años y una enfermedad terminal que le debe a una actuación médica producida muchos años antes. Así se abre el texto: Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. A partir de aquí da comienzo el relato memorístico dirigido a su mujer Dorine y a la sociedad en general, porque este texto fue enviado a su editor poco antes del suicidio a dos y de la nota que habían dejado para la alcaldesa del pueblo donde residían —Querida amida, siempre supimos que queríamos terminar juntos nuestras vidas. Perdona la ingrata tarea que te hemos dejado—.
El libro lo leí cuando estaba terminando Contra el ritual de la muerte; por lo tanto, no hay una relación directa entre el uno y el otro. Sin embargo, ahora que ha pasado un tiempo y que no existe contaminación emocional con el poemario, sí puedo ver un trasfondo común entre ambos textos, claramente en la forma de entender la vida y la muerte. Eso sí, muchísimo más bello el relato de Gorz, porque, además de estar mejor escrito, tiene en todo momento un referente real inmediato. En mis poemas, en cambio, había bastante postura ideológica.
La Carta a D. termina tal y como empieza, pero, además, se le añaden estas palabras: No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas (...) A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos. Se cierra el libro.
André Gorz fue un intelectual francés, de origen judío vienés, que después de compartir y debatir ideas con el existencialismo, el estructuralismo y la Escuela de Fráncfort, se convirtió en uno de los principales impulsores del pensamiento altermundialista y de la ecología política. Le debía esta entrada.
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