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lunes, 29 de abril de 2013

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Harkaitz Cano se adentra con esta novela en la época más sucia de la lucha antiterrorista: la época de los GAL. Para ello se vale de un puñado de personajes que van entrando y saliendo de la historia de forma magistral,  y de un hecho real: la desaparición y posterior asesinato de Lasa y Zabala —en la novela, Soto y Zeberio—.

En esta historia el personaje principal es Diego Lazkano, amigo de Soto y Zeberio, con quienes comparte piso de estudiante, además de inclinaciones  teatrales y políticas, y que, pasados los años. se convertirá en novelista reconocido en el País Vasco.

Como ha dicho el propio autor, la novela habla de la culpa, del dolor y del amor. Especialmente, insistiría yo, de la culpa y del dolor. Del dolor de la pérdida de los seres queridos y del sentimiento de culpa, porque lo que en la actualidad de la ficción es el protagonista se lo debe a un par de decisiones nada ejemplares sobre sus amigos de la juventud.

Más discutible es eso de que la novela sea un canto a la amistad. Desde luego no es un canto clásico, en el sentido en que podamos leer en el texto elementos ejemplarizantes, dignos de admiración y emulación. Antes bien, es una disección de los elementos —loables, unos; mezquinos, otros— que pueden formar parte de una relación de amistad.

Novela dura, bien trabada, escrita con nervio y sin concesiones. Llena de sorpresas y de guiños a la literatura —Bolaño en la primera parte; Chejov en el capítulo siete—. El aspecto más discutible es la imagen de angelitos inocentes y bien intencionados de los amigos Soto y Zeberio. La Euskadi más bucólica sigue presente en ellos. La ficción tiene estas cosas.

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