Plauto es algo así como un clásico popular, pero en este caso sin lectores. Me explico: llamamos clásicos populares a esas piezas musicales que, más o menos, todos conocemos o reconocemos, aunque no sepamos mantener un discurso sobre ellas; pero tienen la virtud de ser muy atractivas, fáciles de escuchar, no son herméticas, ni tienen una complejidad musical que las haga difíciles al gran público.
Lo mismo le ocurre a Plauto: es muy ameno, directo, posee un humor envidiable, su complejidad técnica no recae sobre el significado de la trama, está lleno de frescura,... pero es un clásico y no se lee, porque quién va a leer un autor de hace 2200 años, a no ser que sea traductor, especialista o estudiante de clásicas.
La verdad es que este tipejo del que sabemos muy poco salvo que dominaba el habla popular como nadie, que tomó sus argumentos de obras anteriores —igual que Shakespeare— y las transformó en descaradas, vitales y muy divertidas, ha influido notablemente en muchos otros que llegaron más tarde.
Si tomamos, por ejemplo, Aulularia (La comedia de la olla), el reguero de influencias es muy largo: Querolus sive Aulularia, de autor anónimo; Aulularia, de Vitale de Blois; Stephanium de Harmonius Marsus; La Sporta, de G. B. Gelli; The case is altered, de Ben Johnson; The projector, de J. Wilson; o el famosísimo Avaro, de Molière. Eso por citar parte del rastro que una sola obra suya ha dejado en el mundo de la literatura, según los estudiosos del tema.
Además, Plauto nos ha dejado frases brillantes, alguna tan conocida como la sentencia que da título a esta entrada y que, por archirrepetida, ignorábamos su procedencia (La comedia de los asnos, Act II, esc 4ª). Luego sirvió de inspiración a Hobbes para hablarnos de su Estado absolutista.
Sin embargo, a mí el Plauto que más me gusta es el que habla ligero y con un fuerte contenido irónico, como cuando nos dice, por ejemplo, cómo mantener a una persona encadena. Por supuesto, nada de grilletes, ni bolas de hierro: Todo eso es perder el tiempo. Si quieres retener a uno y evitar que se escape, es con comida y con bebida como debes encadenarlo. Átale el pico a una mesa repleta. Siempre que le des de comer o de beber a su capricho, hasta hartarse, todos los días, jamás, por Pólux, se te escapará, ni aunque merezca la pena de muerte por el delito que ha cometido. (Los Menecmos, Act I, esc 1ª. Traducción de José Román Bravo).
Pues eso, buen provecho. Digo, feliz lectura.
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