Dice Garcia Gual en el prólogo del libro que somos lectores triviales y apresurados, y eso, entre otras cosas, hace que no podamos sostener la mirada profunda de los clásicos, de la literatura permanente, que era como prefería llamarlos Schopenhauer. Sin embargo, gracias a expertos lectores y sabios comentarista como él, la lectura de los clásicos se nos hace dulce y placentera.
El libro presenta seis pasajes de otras tantas obras clásicas: el encuentro de Príamo y Aquiles (Ilíada), la hospitalidad con que Eumeo acoge a Ulises (Odisea), el amor inútil de Temecsa (Áyax), un apasionado encuentro entre jóvenes amantes (Argonáuticas), un espectacular encuentro en Babilonia (Quéreas y Calírroe), el encuentro de Alejandro Magno con los árboles que hablan (Vida y hazañas d eAlejandro de Macedonia), más un epílogo en el que la Ilíada de Baricco le ofrece la ocasión para desarrollar una brillante reflexión sobre las consecuencias de la desaparición de los dioses en los relatos míticos o que toman como excusa algún personaje de la mitología clásica.
El libro es todo él una invitación a la lectura o, mejor aún, una continua tentación a la misma. Es difícil seguir la explicación del maestro sin levantarse a por el texto del que habla y releer una vez más el pasaje al que hace referencia. Es difícil mantener el impulso de recrear en voz alta los subrayados del filólogo. Es imposible no sucumbir a la belleza con que nos enseña y deleita, porque el libro es una exégesis cabal de la literatura clásica y una brillante exposición de cómo leerlos.
Sin duda, García Gual es un extraordinario y pausado lector de la literatura clásica. Pero no se queda avariciosamente con su lectura, sino que nos la ofrece generoso, comparte amablemente su festín con todos nosotros y provoca nuestro deseo de perdernos en ese bosque primigenio formado por las páginas de la literatura permanente. Todo un hallazgo al alcance de cualquiera.
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