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domingo, 13 de septiembre de 2009

A FAVOR DE INTERNET


Es evidente que Internet es una herramienta y no un fin. Es evidente que las herramientas las hacemos buenas o malas nosotros, según el uso que les demos. Es evidente que lo que hagamos con la red y en la red es responsabilidad nuestra, no de la propia red. Es evidente.

Dicho esto, quiero decir también que para infinidad de escritores noveles -o no tan nuevos- la red es un excelente medio con el que dar a conocer su obra y gestionarla de forma autónoma, sin intermediarios. Esto también debería ser evidente y, no obstante, hay una extendida y preocupante opinión que da en desprestigiar lo que aparece publicado en internet por falta de calidad. La calidad, según esta opinión, radicaría sólo en lo que está publicado en papel, mientras que lo que se publica en internet carece de ella.

No voy a negar que en esta gigantesca comunidad virtual existen obras impresentables, basura de la peor calaña. Pero nadie podrá decir que todo lo que se publica en papel posee la calidad suficiente para acreditarlo como un buen texto. Sin duda, lo que se publica en papel tiene que pasar algún filtro -alguna lectura previa-, y lo que se escribe en páginas web, blogs y demás espacios virtuales, no necesariamente; sin embargo, esas pocas lecturas previas no garantizan por sí mismas la calidad. Es más, grandes obras de la literatura tuvieron que aguardar muchos años y muchas lecturas hasta ser impresas, porque no se las reconocía ninguna calidad.

El problema no es de calidad, sino de poder, de control. Críticos, académicos, editoriales, escritores, preocupados por la pérdida de control y desorientados por los cambios que introduce en la escritura la existencia de internet, proclaman una y otra vez la falta de calidad de todo lo que no esté escrito en soporte tradicional. Y como razón más poderosa apelan al tiempo. El tiempo que debe reposar el texto hasta ver la luz -lecturas, relecturas, correcciones...-, como si todo lo que se publicara en la red fuera producto de la urgencia, la hiperactividad y el capricho del momento.

Críticos, académicos, editoriales y escritores -no todos- sienten peligrar ese espacio de poder cultural y económico que gira en torno al papel. Les resulta cómodo ese espacio donde han aprendido a citar, a manejarse entre bibliotecas, a hablar de libros -incluso los que no han leído (Cómo hablar de libros que no se han leído. P. Bayard. Anagrama)- y quizá tengan dificultades para encontrar en la red un par de buenos poetas latinoamericanos que no han publicado en papel, una obra clásica que no está en la biblioteca de nuestra ciudad, o citar una docena de direcciones literarias interesantes en la red. Pero, por encima de todo, tienen miedo de perder el poder de decisión sobre qué obra debe ser publicada y cuál no y, lo más importante, de perder el control económico de lo que esa situación de privilegio implica.

De hecho, ahí está el acuerdo entre los autores de EEUU y google books (el enlace es con google libros), esto es, entre productores y distribuidores, que la justicia europea se niega a admitir. Pero ¿qué tiene que decir un juez europeo si el autor de un texto y quien lo va a colocar al alcance de todos están de acuerdo? Ganas de ser más papista que el Papa. Y de fastidiar.


La cultura, en este caso escrita, también necesita ser democratizada. Para eso, claro, necesitamos que las mafias de opinión desaparezcan. Necesitamos que esos círculos formados por un puñado de críticos a sueldo de algún importante medio de comunicación y de sus editoriales anejas, dejen de ejercer su tiranía sobre los gustos de la población. Nada mejor para ello que este espacio virtual (pero muy real) en el que cada cual puede colgar su obra, si así lo desea, o su comentario. Ya decidirá el lector si le gusta o no; si contesta o no; si lo olvida o decide rocomendárselo a sus amistades.

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