Que nadie se engañe, este poemario poco o nada tiene que ver con aquel grupo de astrónomos que dio en llamarse "policía celeste", salvo la utilización del nombre, ciertamente poético —la literatura científica nos ha dejado algunas de las mejores metáforas escritas en los últimos cien años—, y el hecho de que recoja sucintamente la anécdota de su creación.
Entonces, ¿por qué ese título? Pues porque es ciertamente poético, porque "el cielo" es aludido en más de un poema y, sobre todo, porque la poesía es un lenguaje alusivo, transversal y profundamente metafórico, y qué mayor metáfora sobre la vida que la del propio universo y la fascinación que nos produce.
Hecha esta aclaración, debo decir que La policía celeste es un hermoso libro de poesía, más o menos realista, en el que se hace una reflexión sobre la vida, es decir, sobre aquellos elementos de la cotidianidad acerca de los cuales queremos decir algo. En este caso, están muy presentes la relación con el padre, la amistad, el amor, la familia, la diaria vida, en suma. Aquí tenéis un poema:
ROLLS ROYCE
Cuando cumplí los treinta me senté
a pensar en las cosas que quería.
Pensé en ti y en nosotros, en la casa
de la que siempre hablamos. Gatos. Libros.
Me imaginé una tarde en un café
de la Costa del Sol, viejo y feliz.
La familia crecida o sepultada,
los premios literarios ya vencidos
y el amor y el sonido de las olas
como única codicia. Y después,
sin poder evitarlo, mis ensueños
proyectaron un Rolls Royce Phantom negro
y tuve la ilusión de tener uno.
Y con otra cerveza dije bueno,
con ir en uno igual me bastaría.
Y así fue como un poco
borracho me propuse
viajar alguna vez en un Rolls Royce
con el empeño exacto que, supongo,
tuvo el joven Crusoe
sentado en el muelle —pobre Robby,
be careful what you wish for, compañero—
De pronto recordé tu funeral.
Los ingleses saliendo de sus casas
a mostrarte respeto, el coche fúnebre
que avanzaba despacio por tu calle
y nosotros detrás, en un Rolls Royce
de la empresa de pompas
que nos conduciría al crematorio.
Tus vecinos bajaban la cabeza
y era viernes y era Green Street
una isla desierta con tu cuerpo
que iba rumbo a la nada, los ingleses,
recuerdo a los ingleses y también
el perfecto silencio del motor
del coche que, aquel día, no importaba.