domingo, 18 de noviembre de 2018

¿SE PUEDE DECIR LO INDECIBLE?

Editorial
En esta recopilación de ensayos breves sobre el silencio y su significado se encuentra un artículo dedicado a Wittgenstein que me ha llamado mucho la atención. Lleva por título Lo indecible en el Tractatus y ofrece una tesis muy acorde con la poética del silencio y, por supuesto, con la obra de Chantal de Maillard, de la que daba noticia esta semana; es decir, con esa línea que se inicia en el balbuceo del Hölderlin vencido por la locura, pasa por Celan e irrumpe en la poesía escrita en castellano por el último Valente y llega hasta hoy, con María Zambrano siempre como telón de fondo.

¿Pero qué tiene que ver todo esto con el Tractatus, obra considerada fundacional del positivismo lógico y fundamental en el desarrollo posterior de la filosofía analítica? Luis Villoro nos lo aclara. 

Sabido es que el propio autor, Wittgenstein, dijo de su obra que el significado más profundo de ella era de carácter ético. Cierto es que el Tractatus tiene por fin establecer los límites del lenguaje con sentido, pero a partir de la proposición 6.4, Todas las proposiciones valen lo mismo, se inicia la parte que se dedica a reflexionar sobre lo indecible, todo aquello sobre lo que difícilmente podemos establecer un discurso lógico, todo aquello acerca de lo que difícilmente los enunciados racionales pueden aportar alguna claridad, todo aquello que trasciende lo real. Y la ética, claro, es trascendental (6.421), por eso no resulta expresable; es más, ética y estética son una y la misma cosa. 

Lo trascendental, explica Villoro, es el conjunto de condiciones que la hacen posible; éstas no son experimentables, porque no constituyen una parte de la experiencia, pero debo admitirlas para el todo de la experiencia. La ética, como la estética, acogen todo enunciado de valor y se ocupan —¡ahí es nada!— del sentido de la vida. Son presupuestos generales de la experiencia del mundo. Pero lo trascendental no está en el mundo. No está en ninguna parte. Corresponde al todo en cuanto todo. A esto es a lo que Wittgenstein se refería con la palabra límite. La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también sus límites (5.61). Y antes, Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo (5.6).

Esto no quiere decir que estemos obligados a guardar silencio acerca de nuestras experiencias éticas o estéticas. El Tractatus no elimina la metafísica, dirá Villoro; antes, al contrario, pretende hacerlas posibles liberando de la ilusión que obstruye su comprensión correcta. Mientras no comprendamos que que aquello a lo que hacen referencia no se halla en el mundo que el lenguaje es capaz de representar, no comprenderemos el sentido global de la obra. Y más adelante señala el autor: Cuando (yo) comprenda que bien y mal no son cualidades ni consecuencias de ninguna acción en el mundo, captaré el bien y el mal en la actitud de la voluntad hacia el mundo y en la plenitud o estrechez con que este se me presente

Es cierto que el Tractatus reduce el lenguaje con sentido a las proposiciones científicas, pero no elimina ni la ética, ni la estética ni la metafísica, sino que trata de mostrar el camino a una manera coherente con esa postura positivista: la que puede mostrarse fuera de la esfera del pensamiento. Y termina Villoro: Parodiando a Kant, podríamos decir que el Tractatus quiso poner límites al pensamiento, para hacer lugar al sentimiento y las voluntad.

Ese camino del sentimiento y la voluntad, de lo que está fuera de los límites del mundo, es el que ha elegido la poesía en general, y la del silencio en particular, cuando reclama para sí la cadencia de la filosofía mezclándose con la prosodia de la poesía. Eso que Mario Montalbetti, otro poeta-filósofo, quería expresar cuando declaraba que el poema no miente porque arma sus normas. No es silencio, es otro cantar. Es un aguafuerte del espíritu.

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