sábado, 27 de octubre de 2018

UNA APISONADORA ME SALE AL ENCUENTRO

Para Ana, David e Irene.

                                                        

Era el tiempo de los sueños, 
cuando los días se gastaban entre juegos
y los placeres carecían de medida.
Vosotros erais el desorden de la risa,
el borde alegre del camino,
el sinsentido feliz de los objetos
que pone en cuarentena la veracidad 
del orden cotidiano
y el volumen exacto de los gestos.

Allí estaban las ruedas
rodeadas de silencio y esperando
vuestras órdenes.
Cualquier tornillo podía ser
una fábrica de anhelos,
cualquier palanca
una excusa exacta para dejar atrás
una frontera,
cualquier hueco
un rincón del universo donde comenzar
a imaginar hechizos nuevos
para dejar sin validez el rito de las horas.

Pero se fue.
Se fue como un viejo alcohólico
que desaparece un día sin previo aviso
y sin dejar rastro.
Se fue.
Hundió su jubiloso desaliño
entre la niebla
y se fue.
Se fue
sin decir adiós,
envuelta en el secreto de las decisiones
adultas.
Se fue
cubierta por una profunda capa
de silencio obligatorio,
acaso también de soledad.

Ahora,
después de muchos años
y múltiples preguntas sin respuesta,
después de abandonar la fantasía,
después del galope vencido por calles abandonadas,
ahora, digo,
ha vuelto.
Ha vuelto reluciente 
y exacta,
dispuesta a traspasar nuevas lindes,
dispuesta a la utopía,
dispuesta a recordarnos, orgullosa, 

                                                  la precisa validez de los deseos.

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