domingo, 5 de agosto de 2018

EL CANCIONERO DE PETRARCA

Cátedra
No digo nada nuevo si afirmo que Petrarca (1304-1374) es uno de los grandes poetas de la literatura occidental y una auténtica revolución en la poesía románica. Su trabajo influirá de manera definitiva sobre la poesía que se practique posteriormente en el continente europeo. De los tres colosos italianos de la literatura medieval —Dante, Petrarca, Bocaccio— Petrarca es el que más me gusta, y si tenemos en cuenta su influencia, deberíamos concluir que Petrarca es el más importante.

Veamos: petrarquistas sin tener en cuenta a los italianos fueron, por ejemplo, Luis de Camões, Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Pierre Ronsard, Philip Sidney... y tengo mis dudas con Shakespeare. Es decir, lo mejorcito de cada casa, que a su vez ejerció una larga influencia sobre la tradición poética posterior. Pero ¿dónde reside la fuerza expresiva y la auténtica novedad de este italiano genial?

Lo verdaderamente nuevo es la relación que establece entre el yo poético y el objeto de deseo. La realidad y el deseo parece que siempre caminan aparte. Esto origina una transformación total del lenguaje poético del que todavía hoy somos deudores cuando hablamos de poesía amorosa. Como señala Rossend Arqués la escritura constituye el método de búsqueda del verdadero yo. El lenguaje es el fundamento del self-fashioning o de la self-representation de un yo que, sintiéndose en un estado de exilio y ausencia de sí mismo, sale a la búsqueda de su auténtica identidad.

Y Petrarca es Laura. Fingida o real, construcción poética o persona física, Laura ya es de todos cuantos disfrutamos de la poesía: sueño, metáfora e ideal. Y es la pérdida, la pérdida absoluta. La muerte de Laura supone dejarnos sin resolver el angustioso problema de la trascendencia. Solo el recuerdo nos salva. El recuerdo y la lectura.

¡Oh ansioso pensamiento, oh pasos vanos,
oh memoria tenaz, oh fiero fuego,
oh potente deseo, oh débil pecho,
oh mis ojos, ya fuentes, más que ojos!

¡Oh fronda, honor de las famosas frentes,
oh sola insignia del valor gemelo!
¡Oh fatigosa vida, oh dulce engaño,
que a montes y llanuras me apartáis!

Oh bello rostro, donde Amor ha unido
espuela y freno para así llevarme,
a su placer, y resistir no vale!

Oh amorosas y gentiles almas,
si existís, y vosotras sombra y polvo,
deteneos a ver cómo es mi daño!


***


Cuando me paro a contemplar los años
y veo mis pensamientos esparcidos,
y el fuego en que ardí helándome apagado,
y acaba la paz de  mis afanes,

rota la fe de engaños amorosos,
dividido en dos partes mi bien todo,

una en el cielo y otra aquí en la tierra,
y perdido el provecho de mis males,

en mi vuelvo y me encuentro tan desnudo
que envidia siento por cualquier destino:
tanto dolor y miedo de mí tengo.

¡Oh mi Estrella, oh Fortuna, 
oh Muerte, oh Hado, 
oh siempre para mí dulce cruel día,
cómo en tan bajo estado me habéis puesto!

            Traducción de Jacobo Cortines.

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