viernes, 18 de mayo de 2018

UN EXPERIMENTO PARA ILUSTRAR LAS CONSECUENCIAS DEL ACOSO



Hay quienes piensan que no hemos cambiado nada desde hace miles de años, que salvo formas y costumbres distintas y un cúmulo de conocimientos verdaderamente extraordinario, lo esencial, nuestro comportamiento con respecto a las demás personas sigue exactamente igual. Es decir, podemos transformar el mundo aplicando saberes científico-técnicos, pero somos incapaces de progresar como seres humanos solidarios y responsables.

Afortunadamente estamos dotados de cierta capacidad cognitiva, somos capaces de aprender de situaciones nuevas e, incluso, podemos darnos cuenta de las consecuencias que comportan. Es más, cierta capacidad empática nos inclina a percibir y compartir lo que sienten otras personas y sentirnos solidarios en el dolor y en la alegría. Parece, incluso, que la empatía es, según indican algunos experimentos, la mejor garantía que tenemos para un comportamiento moralmente responsable.

Un principio didáctico señala que aprendemos mejor aquello que podemos ver, tocar, sentir, experimentar de alguna manera y que el refuerzo es mayor si afecta a nuestros sentimientos. Impulsados por esta idea, preocupados por el acoso que se sufre en los centros escolares y con la intención de promover actitudes más respetuosas, la famosa casa sueca puso en marcha este experimento en un instituto.

Durante un mes estuvieron colocadas dos plantas iguales. Ambas recibían la misma cantidad de agua y de luz, pero una tenía a su lado una grabación que de forma contínua solo profería insultos y desprecios, mientras la otra recibía mensajes cariñosos. Los mensajes fueron grabados por el alumnado. El resultado del experimento fue espectacular. 

Sabemos, o creo que sabemos, de los beneficios que comporta tratar a una persona con cariño, empatizar con su dolor y ayudarla en la medida de nuestras posibilidades. Sin embargo, nos dejamos arrastrar por impulsos primarios y egoístas, que tan solo satisfacen nuestros deseos más inmediatos, si es que llegan a hacerlo. Si somos capaces de apenarnos por la planta, ¿no vamos a ser capaces de ofrecer un trato correcto a un congénere?

Ojalá que estos escolares suecos aprendan bien la lección y no se les olvide nunca. 

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