sábado, 3 de febrero de 2018

MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA

Editorial
MACADÁN

Fresco parece caviar, suena como los cristales triturados, como si alguien masticara hielo.
A mí me gustaba masticar hielo cuando se terminaba la limonada, meciéndome con mi abuela en el balancín del porche. Desde allí mirábamos a la reata de presos que pavimentaban Upson Street. Un capataz vertía el macadán; los convictos lo apisonaban, con un compás pesado y rítmico. Las cadenas y los grilletes entrechocaban; el macadán caía como un rumor de aplausos.

Las tres decíamos la palabra a menudo. Mi madre porque odiaba vivir allí, en la miseria, y al menos ahora tendríamos una calle asfaltada. Mi abuela solo quería que la casa estuviera limpia: así no había tanto polvo. Polvo rojo de Texas que se colaba con la escoria negruzca de la fundición, formando dunas en el suelo encerado del pasillo, sobre la mesa de caoba.


A mí me gustaba decir “macadán” en voz alta, a solas, porque sonaba como el nombre de un amigo.

Este es, con mucho, el cuento más breve de cuantos contiene este Manual para mujeres de la limpieza agudo, ingenioso, directo y nada sensiblero —Berlin ni nos evita el lado duro de la vida ni trata de endulzarlo—. 

Como otros muchos casos, el de Lucia Berlin es el de una autora que transita por la vida sin ser demasiado reconocida —en el 91 le dieron el American Book Award— y que después de muerta alcanza un gran éxito. Los misterios del reconocimiento son francamente insondables.

Las historias que aquí se nos ofrecen tienen todas varias características comunes, pero hay una que creo que señala muy bien el estilo de la autora: están contadas desde la zona más fronteriza de la sociedad y te dejan un sabor acre y duro en la garganta. 

Desde luego, es todo un acierto que la narradora recurra en la mayoría de los casos a la primera persona. Eso dota a la historia de mayor proximidad y da la impresión de que nos la cuenta directamente a nosotros, amigos noctámbulos que vamos escuchando una tras otra según va transcurriendo la noche y agotándose el alcohol.

Si hubiera que expresar con una frase el ambiente general, yo recurriría a una como esta: no hay nada más real que el dolor. Dolores es una de las protagonistas y empleos como los de enferma y mujer de la limpieza están presentes. No es que sean más dolorosos que otros, pero están muy cerca de las miserias humanas.  

Emociones duras, ambientes marginales, situaciones azarosas, lenguaje sin adornos, frases cortas, a veces palabras sueltas. Todo contribuye a la eficacia del mensaje. En fin, seguramente un libro no apto para todas las sensibilidades, pero tan real como la cotidiana y jodida vida de millones de seres humanos.

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