jueves, 23 de noviembre de 2017

UTOPÍA, EUTOPÍA Y DISTOPÍA

Belén Gopegui y Zigor Etxebeste ayer en Tabakalera

La distopía es, posiblemente, uno de los escenarios por los que más transitan la novela y el cine de ciencia ficción. Ejemplo de su actualidad es el apartado que en las jornadas de Literaktum han dedicado a reflexionar sobre el asunto. Ayer por la tarde les tocó el turno a Gopegui y Etxebeste, si bien es cierto que, como dijo la autora, su última novela, Quédate este día y esta noche conmigo, no es propiamente una novela distópica, aunque si plantea unos cuantos problemas en torno a Google y la Red.

Mientras escuchaba su exposición y lamentaba no haber leído la novela —por cierto, su influencia ha sido notoria en la ciudad, pues ninguna biblioteca disponía de ejemplares, todos estaban prestados— no podía dejar de pensar en lo muy entrelazados que están los términos utopía y distopía. Tanto, que suele ser necesario recurrir al neologismo eutopía para evitar confusiones. Y es que lo que algunos autores concibieron como un lugar o una sociedad deseable y buena, no estaba tan claro que fuera a ser así para todos nosotros.

El ejemplo más evidente de esta discrepancia fue la utopía imaginada, y afortunadamente malograda, por Hitler y sus secuaces del Tercer Reich. Es obvio que aquella sociedad imaginaria de rubios y saludables teutones no hubiera sido otra cosa que una auténtica pesadilla para el resto de las personas, en caso de haberse hecho realidad. Pero sin recurrir a ejemplos extremos en los que rápidamente podemos convenir, hay otros que resultan más escurridizos y en los que la discusión puede entretenerse largo tiempo. 

Pensemos, por ejemplo, en la muy célebre y prestigiosa República de Platón. ¿Estaríamos dispuestos a admitir que solamente se permitiera engendrar a los mejores, que el Estado regulara las relaciones entre ambos sexos con el fin de que se perpetuara la división entre mejores y peores? Tal vez una concepción tan racionalista de la organización de la ciudad no sea un mundo deseable. ¿Es utópico? ¿Es distópico? ¿Y qué decir de ese mito del que no acabamos de desprendernos, el mito de la Edad de Oro, transformado luego por las religiones como promesa de futuro?

Lo cierto es que las propuestas utópicas de la literatura universal no han recibido ni el esfuerzo ni la dedicación necesarios para intentar ponerlas en práctica. Somos conscientes de que son, efectivamente, no-lugares, si bien nos ofrecen lo mejor de ellas: mantenernos alerta acerca de lo que estamos haciendo mal y salvaguardar el impulso hacia lo que nos es dado mejorar; en definitiva, alimentar la ilusión necesaria para seguir en el camino.

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