lunes, 16 de octubre de 2017

MENTIRAS, VERDADES, DIVULGACIÓN CIENTÍFICA Y TURISMO

Dan Brown, el famoso autor de la aún más famosa El código Da Vinci, dejó escritos este par de párrafos:

Se dice que la historia de la Iglesia de Saint-Sulpice es la más rara de entre todas las de los edificios de París. Construida sobre las ruinas de un antiguo templo dedicado a Isis, la antigua diosa egipcia, la iglesia posee una planta prácticamente idéntica a la de Notre Dame. En esa basílica recibieron las aguas bautismales figuras como el marqués de Sade o Baudelaire, y en ella se casó Victor Hugo. El seminario anexo cuenta con una historia bien documentada de heterodoxia, y en otros tiempos fue punto de encuentro clandestino de numerosas sociedades secretas
(cap. 19, p 114).

Y en el capítulo 22, página 134, esto otro: 
Encajada en el pavimento de granito gris, una delgada franja de metal pulido brillaba en la piedra... una línea dorada que cortaba la uniformidad del suelo de la iglesia. Aquella forma alargada tenía grabadas unas marcas graduadas, como si fuera una regla. Era un gnomon, según le habían dicho, un instrumento astronómico pagano parecido a los indicadores de las horas en los relojes de sol. De todo el mundo acudían a Saint-Sulpice turistas, científicos, historiadores y no creyentes para admirar la famosa línea. (...) Era una especie de gnomon, un vestigio del templo pagano que antiguamente había sido erigido en aquel lugar.

A Brown, lógicamente, no le interesaban la exactitud de sus afirmaciones ni la cantidad de verdad o mentira de las mismas. En una historia de suspense y aventuras donde se mezclan hábilmente una teoría de la conspiración, el esoterismo y personajes bíblicos archiconocidos, lo que se busca es que la lectura nos atrape como sea. Pero, además del ejercicio de la lectura en sí, ha tenido otros efectos beneficiosos colaterales, como el turismo cultural que busca explicaciones racionales.
Meridiana de Saint-Sulpice. Fuente: Turismo matemático
Y no es solamente la Iglesia de Saint Sulpice la que contiene una meridiana. Viajar por Europa y poner atención al suelo de las iglesias puede depararnos muchas sorpresas, algunas relacionadas con la cultura clásica, otras con la historia local o regional y otras más con la investigación científica como es el caso. 
Pero vayamos a lo que nos ocupa: las meridianas. 

No es que la Iglesia como institución estuviese interesada en los movimientos solares per se. Lo que buscaba era determinar con la mayor exactitud posible la fecha pascual. Si el Concilio de Nicea había establecido que el día de la Resurrección era el primer domingo después de la primera luna llena del equinoccio de primavera, fijar con exactitud las fechas equinocciales era fundamental para el culto. 

Sin embargo, este empeño investigador no se ciñó de forma exclusiva a la determinación de las fechas equinocciales. En otras ocasiones sirvió para determinar la duración del año solar o la exactitud de la hora. En este trabajo investigador podemos encontrarnos con destacados matemáticos, ingenieros y científicos de cada uno de los momentos correspondientes.

Meridiana Santa Mª dei Fiori. Fuente: Turismo matemático.
La primera fue la que instaló Paolo dal Pozzo Toscanelli en la catedral de Florencia en 1467. La mayor del mundo, con casi 67 metros de longitud es la San Petronio, de Bolonia, realizada por Giovanni Domenico Cassini. En España, que yo sepa, hay dos en el Monasterio del Escorial construidas por Juan Wendlingen, otra en el Palacio de Aranjuez, y otra más en la iglesia de San Pedro —en la actualidad aula de astronomía— de Becerril de Campos, visita obligada para cualquier aficionado a esta disciplina.

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