jueves, 6 de julio de 2017

1981: MANIFIESTO CONTRA EL HAMBRE Y EL SUBDESARROLLO

Desde hace algún tiempo estoy leyendo información sobre economía internacional, economía colaborativa, gestión solidaria de recursos y todo eso de un mundo lleno de unas pocas personas muy, muy ricas y de muchísimas personas muy, muy pobres.

Repasando datos y estadísticas de hace tiempo, por eso de comparar —es desolador—, voy y me encuentro en un ejemplar de Manos Unidas de 1986 con el Manifiesto de 52 premios nobel contra el hambre y el subdesarrollo, redactado en 1981 por iniciativa del que fuera Partido Radical Italiano (p 147, las negritas son mías):

Los abajo firmantes, mujeres y hombres de ciencia, de letras y de paz, diferentes entre nosotros por la religión, la historia y la cultura, que hemos sido distinguidos porque buscamos, honramos y veneramos la verdad en la vida y la vida en la verdad, a fin de que nuestras obras sean un testimonio universal de diálogo, de fraternidad y de civilización común en la paz y el progreso...

Dirigimos un llamamiento a todos los hombres y todas las mujeres de buena voluntad, a los poderosos y a los humildes, cada uno de ellos con sus propias responsabilidades, para que sean devueltos a la vida decenas de millones de seres humanos, a los que el hambre y el subdesarrollo hace agonizar, víctimas del desorden político y económico internacional que reina en la actualidad.

Un holocausto sin antecedentes, cuyo horror abarca en un único año todo el espanto de las matanzas que nuestras generaciones han conocido en la primera mitad de este siglo, está actualmente en proceso de realización y desborda cada día más, a cada instante que pasa, perímetro de la barbarie y de la muerte, no solamente en el mundo, sino también en nuestras conciencias. Todos aquellos que constatan, anuncian y combaten este holocausto son unánimes en definir a la política como la causa principal de esta tragedia.

Es necesario, pues, una nueva voluntad política y una nueva organización específica de esta voluntad, que busque directa y manifiestamente -y todo esto con una prioridad absoluta- superar las causas de esta tragedia y evitar lo más rápidamente posible sus efectos.

Es necesario que un método y un procedimiento adecuados, entre los ya existentes o imaginables, sean elegidos lo más rápidamente posible, elaborados y puestos en práctica: es necesario que un conjunto de proyectos convergentes y que correspondan a la plenitud de fuerzas, de responsabilidades y de conciencias los haga efectivos.

Es necesario que las más altas autoridades internacionales, los Estados, los pueblos, con frecuencia sumidos en total ignorancia de la plena posibilidad de realización de una política de vida y de salvación, tal y como reclaman, angustiadas, algunas de las más altas autoridades espirituales de la tierra, actúen, uniéndose entre ellos o por la acción, con objetivos exactos, precisos y apropiados, para que sea atacada, combatida y vencida en todos los países donde hace estragos esta muerte que amenaza, invade y condena de ahora en adelante a una gran parte de la humanidad.

Hay que sublevarse contra ese falso realismo que incita a resignarse a una fatalidad que, en realidad, es de la incumbencia de las responsabilidades de la política y del desorden establecido. Hay que luchar con realismo para que lo que es posible sea hecho y no malgastado -tal vez para siempre-. Es necesario que se conviertan en positivas esas modas y esos gestos de asistencia, que proporcionan, sobre todo, una buena conciencia barata y que no salvan a aquellos a quien están destinadas, así como esas crueles e infecundas utopías que sacrifican a los hombres actuales en nombre de un proyecto futuro de sociedad.

Es necesario que los ciudadanos y los responsables políticos elijan y voten, a sus niveles respectivos, electorales o parlamentarios, gubernamentales o internacionales, nuevas leyes, nuevos presupuestos, novedosos proyectos y nuevas iniciativas, y que sean inmediatamente puestas en práctica para salvar a millones de hombres de una deficiente alimentación, del subdesarrollo y de la muerte por hambre de centenares de millones de seres a cada nueva generación.

Es necesario que todos y cada uno demos valor de ley al deber de salvar a los seres vivos y de no matar y no exterminar, aunque sea por inercia, por omisión o por indiferencia. Los poderosos de la tierra son responsables, pero no solamente los únicos.

Si los que no tienen poder ni armas no se resignan a la pasividad, si son cada día más numerosos y proclaman que no obedecerán más que a una sola ley, la fundamental de los derechos de los hombres y de los pueblos, ley que es derecho y derecho a la vi da; si aquellos que no tienen poder ni armas se organizan, utilizando sus escasas pero durables armas -la de la democracia política y las grandes acciones no violentas, al estilo de Gandhi-, proponiéndose e imponiendo elecciones y objetivos cada vez más delimitados y adecuados; si esto se produjese, es seguro que nuestra época no sería la era de la catástrofe que actualmente planea sobre nosotros. 

Nuestro saber no puede limitarse a contemplar, inertes e irresponsables, el horrible fin que nos amenaza. Nuestro saber nos dice que la humanidad corre cada día más peligro de muerte. Nuestro saber debe ser una ciencia de la esperanza y una ciencia de la salvación, sustancia de las cosas en las que creemos y esperamos todos.

Si los medios de información, si los poderosos de este mundo que nos han honrado con los testimonios de reconocimiento que nos han concedido, consienten en escuchar y también en hacer escuchar en esta ocasión nuestra voz y nuestra actitud, así como la de todos aquellos que están actuando en el mundo en la misma dirección; si las mujeres y los hombres, si los pueblos saben, si son informados, no dudamos de que el porvenir podrá ser diferente del que nos amenaza a todos, y en el mundo entero.

Para ello es necesario, sin más tardanza, escoger, obrar, crear y vivir para hacer vivir.

Ese mismo verano del 81 se adherían a él unos cuantos presidentes y primeros ministros. En el 84, otros tantos premios nobel. Hoy no puede decirse que la política internacional haya contribuido un ápice a solucionar uno más de los problemas auténticamente graves que tiene la humanidad. El hambre sigue matando más personas cada año que el SIDA, la malaria y la tuberculosis juntos. 

No tengo ninguna duda acerca de los beneficios de la cultura y de la creación de conciencia a partir de una información veraz y correcta, pero la lentitud con que se produce el cambio de actitudes y la resistencia feroz del poder hacen que todo parezca más desesperante de lo que tal vez sea.

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