lunes, 16 de enero de 2017

CONTRA LA PENA DE MUERTE, 2

Cesare Bonesana (1738-1794), más conocido como Cesare Beccaria, fue un ilustrado italiano cuyo trabajo en el campo de las leyes influyó notablemente en la reforma del derecho penal en Europa, que en aquel siglo XVIII no se ajustaba precisamente al principio de legalidad, sino a la caprichosa voluntad de quienes ejercían la justicia. 

Como curiosidad, el juego del amor y del azar dio como resultado que Manzoni, el autor de Los novios, obra cumbre de la literatura en italiano, fuera nieto suyo. En cambio, el siempre loable ejercicio del reconocimiento hizo que uno de los asteroides que pululan por el cinturón de tal tenga su nombre: 8935 Beccaria.

No es útil la pena de muerte por el ejemplo que da a los hombres de atrocidad. Si las pasiones o la necesidad de la guerra han enseñado a derramar la sangre humana, las leyes, moderadoras de la conducta de los mismos hombres, no debieran aumentar este fiero documento, tanto más funesto cuanto la muerte legal se da con estudio y pausada formalidad. Parece un absurdo que las leyes, esto es, la expresión de la voluntad pública, que detestan y castigan el homicidio, lo cometan ellas mismas, y para separar los ciudadanos del intento de asesinar ordenen un público asesinato. ¿Cuáles son las verdaderas y más útiles leyes? Aquellos pactos y aquellas condiciones que todos querrían observar y proponer mientras calla la voz (siempre escuchada) del interés privado o se combina con la del público. ¿Cuáles son los sentimientos de cada particular sobre la pena de muerte? Leámoslos en los actos de indignación y desprecio con que miran al verdugo, que en realidad no es más que un inocente ejecutor de la voluntad pública, un buen ciudadano que contribuye al bien de todos, instrumento necesario a la seguridad pública interior como para la exterior son los valerosos soldados. ¿Cuál, pues, es el origen de esta contradicción? ¿Y por qué es indeleble en los hombres este sentimiento en desprecio de la razón? Porque en lo más secreto de sus ánimos, parte que, sobre toda otra, conserva aún la forma original de la antigua naturaleza, han creído siempre que nadie tiene potestad sobre la vida propia, a excepción de la necesidad que con su cetro de hierro rige el universo.

¿Qué deben pensar los hombres al ver los sabios magistrados y graves sacerdotes de la justicia, que con indiferente tranquilidad hacen arrastrar un reo a la muerte con lento aparato; y mientras este miserable se estremece en las últimas angustias, esperando el golpe fatal, pasa el juez con insensible frialdad (y acaso con secreta complacencia de la autoridad propia) a gustar las comodidades y placeres de la vida?
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Podéis leer la obra completa o descargarla gratuitamente aquí.

2 comentarios:

  1. La pena de muerte está mal, simplemente porque la justicia no es infalible. Se puede equivocar. Así lo ha demostrado la experiencia.

    Estrella Segade

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