lunes, 12 de octubre de 2015

UN BEL DÌ, VEDREMO

Algunas de las arias escritas por el gran Puccini son hermosas hasta la médula. Hermosas y profundamente tristes. Difícil es no conmoverse al escucharlas: la música, bellísima y delicada como sólo él era capaz de componer; la historia, triste cual bebé desconsolado al que no podemos socorrer. Todo colabora para que se nos queden pegadas a la piel. Y de entre todas ellas Un bel dì, vedremo es, tal vez, la más adictiva.

Sin embargo, después de haber soltado la lagrimilla de rigor y después de haberme enamorado perdidamente de Cio-Cio-San, no puedo dejar de preguntarme por qué la ópera —especialmente la ópera, sí— ha construido papeles femeninos tan tremendamente tradicionales, pasivos y dependientes. Me resulta difícil evitar ese desgarro que se produce entre el sentimiento y la razón cada vez que escucho el bellísimo Un bel dì, vedremo.

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