domingo, 1 de marzo de 2015

CUANDO LA RAZÓN PERCIBE GIGANTES EN LUGAR DE MOLINOS

"El punto de fuga no es sino el lugar unificador hacia el cual la burguesía triunfante mira y exige que todos miren. Al ser una estrategia de representación de la realidad, termina por asociarse a cuestiones ideológicas y, en concreto, a una fórmula de control que la clase dominante establece sobre el resto, inscrita en una tradición y en unos parámetros dados de clase, raza y género. Dicho de otro modo, la perspectiva no es la forma "normal" de organizar el mundo, sino que se asocia por derecho propio a esa norma masculina clase media blanca heterosexual, como cualquiera admitiría hoy. (Feminismo, queer, género, "post", revisionismo...: o todo lo contrario. Ser —o no ser— historiador/a del arte feminista en el estado españolEstrella de Diego, 2008). El subrayado es mío.

Reivindicar la igualdad de todos los seres humanos en todos y cada uno de los ámbitos es tarea necesaria e imprescindible hasta que todos los derechos hayan sido reconocidos para todas las personas en todos los lugares. Reivindicar la presencia de la mujer en el mundo del arte es, todavía hoy, necesario, aunque reconozco que hay espacios y tareas que son más urgentes, si bien es cierto que cada cual desde su especialidad debe intentar que desaparezcan de una vez por todas las barreras que impiden valorar y reconocer el trabajo independientemente del prejuicio del sexo. Interpretar la perspectiva como una práctica propia del hombre-clasemedia-blanco-heterosexual me parece una pérdida del juicio, un exabrupto  de la hiperespecialización que entorpece la lucha por la igualdad.

No pongo en duda que pueda haber una interpretación del espacio más femenina y otra más masculina. No dudo de que la percepción de muchas y variadas situaciones sociales esté en función del sexo, del grupo social al que se pertenece, de la cultura de procedencia, de la ideología de la que se parte e incluso de lo que se haya podido desayunar esa mañana. Lo que pongo en tela de juicio es la validez del discurso que se autocita sin ningún reparo, que se redacta y se recrea en la jerga académica postestructuralista y se adereza de estudios de género, queer y otros postalgo para imbuirse de razón y validez.

Cabría preguntarle a la autora si cuando recogió la medalla de oro al mérito en las bellas artes (me resisto a escribirlo con mayúsculas) no sintió el tremendo peso del machismo de clase media, más bien alta, que suponía aceptar un premio semejante, recubierto del oro del poder. Como cabría preguntarse si ese monopolio del saber que ejercen con su jerga no es un ejercicio profundamente antidemocrático de clase alta culta que entiende y dispone lo que el resto de los seres humanos debemos pensar y creer. La validez del discurso no la da el posicionamiento de partida o el grupo al que se pertenece, sino la argumentación y la coherencia del mismo.

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