jueves, 5 de febrero de 2015

ELI TOLARETXIPI

Quien pasa por aquí sabe que este espacio nació como una herramienta de apoyo a las tertulias que mensualmente llevamos a cabo en la biblioteca. Con esa intención, siempre que puedo, me pongo en contacto con los poetas para recabar de ellos permisos, colaboración y/o información. En el mes de mayo disfrutaremos de la obra de la poeta donostiarra. Con ese motivo le hice llegar un cuestionario. Pero ella hizo algo más que contestar a las preguntas. Unió todas las respuestas y construyó un texto que puede funcionar muy bien como carta de presentación a su mundo creativo.


Gracias, Eli, por tu amabilidad y tu trabajo.


Me atrae de la poesía el hecho de que dice las cosas al sesgo, de modo comprimido; que exprime la realidad y que a la vez se imprime en ella; que habla desde otro lado y abre puertas hacia otros lados. No es la creación de otros mundos fantásticos, etc., sino que parte de este mismo mundo que todos compartimos, y lo transforma.

Empecé a escribir poesía en el colegio. Estudié en el Liceo Santo Tomás de San Sebastián. Teníamos que leer la literatura contemporánea vasca, la española que estaba en el programa de EGB y Bachillerato en los años setenta; también literatura europea. Era fantástico. Y tuve dos profesores buenísimos, Ander Otermin y Amaia Berasategi. A mí, en principio, me atrajeron JA Artze y el Lorca de Poeta en Nueva York, tal vez porque siempre te atrae lo raro, lo incómodo, lo que no entiendes muy bien, lo que se sale de los cauces, lo osado, lo que te dice algo nuevo. Y eso, de un cierto modo, me llevó a la traducción. El primer libro que compré en inglés, a los dieciséis años, fue un volumen de bolsillo con las obras completas de EA Poe y empecé a traducirlo para entenderlo. De esa experiencia salió Edgar, lo último que he publicado. La traducción de poesía la he vivido como si interpretara una música que no es mía. Como un músico que se sienta al piano y lee la partitura y la toca; con esa distancia; pero, inevitablemente, esas piezas te impregnan. Traducir a Sylvia Plath me llenaba de tristeza; mientras traducía poemas de Tess Gallagher notaba que lo que yo escribía era mucho más narrativo. Me pasó durante Los Lazos y El Especulador. Cuando traduje el “Iceberg Imaginario” de Elizabeth Bishop, al terminar, noté que me estaba quedando helada y era agosto. Se produce una especie de posesión cuando traduces a alguien que te gusta; no es fácil de explicar; suele ser de una intuición inconsciente. También la traducción puede ser un ejercicio en épocas en las que no puedes elaborar nada original.


Proceso de creación
Tengo la costumbre de pensar los poemas como elementos para formar un libro. A veces se impone el concepto antes que los poemas. Otras veces son los poemas los que van saliendo y necesitan una “caja”, que es el libro; a veces es un título lo que los contiene. Otras veces vienen en series que tengo que numerar para no perderme. Así surgió el libro Los Lazos del número; tuve que construir la estructura a partir del número tres como una forma de contener los poemas, un andamio para que no se cayeran. Los materiales de construcción de los poemas son la vida, las lecturas, los sueños. Hay una gran imaginería onírica, que no considero irracional, sino que trata de buscar su lógica dentro del poema, dentro de mi vida, y casi nada de lo que aparece en los poemas es arbitrario. En los objetos, en lo matérico, están el tiempo, el espacio y la luz. La poesía es también un método de percepción y de buscar el lenguaje para articular todo eso. Y podría decir que sí, que la poesía es un modo de conocimiento; un lugar desde donde poder entender la vida. En mis poemas a veces aparecen sujetos que ya no están, pero con los que pasa algo; errores, ajustes entre el presente y el pasado. En el poema se da un tiempo simultáneo, que es presente mientras el poema se va haciendo y se proyecta hacia el futuro cuando está en manos del lector. A propósito del lector, casi nunca pienso en un lector ideal mientras escribo; tengo en cuenta a poetas o escritores que me han inspirado y los cito; quiero creer que estoy aportando algo a quien me lee, sea quien sea, algo que, de alguna manera, da pistas o incomoda o hiere o, alguna vez, conforta, y desearía que siempre me leyeran sin prejuicios. Quisiera creer que el lector es ágil y flexible, y que puede llegar a sus propias conclusiones.

En algunos poemas he hecho referencia al estado de ánimo. Hay poemas en los que no pasa sino eso; tal vez sea melancolía, que es un tema que siempre me ha interesado mucho. Es un humor como acuoso que ciertos días moja todo lo que ves. También la violencia. El ser humano tiene un lado oscuro y oculto, inconfesable, pero en los poemas no sale todo eso. En efecto, los poemas son piezas elaboradas, deliberadamente abiertas, aunque parezcan cerradas, y en algunos poemas sólo se da eso, una impresión. Mi trabajo es mi manera de ofrecerle algo al mundo, y el lector es libre de hacerse la imagen que quiera del poeta.

Lecturas
Las poetas en habla inglesa, desde Emily Dickinson. Adrienne Rich fue un gran descubrimiento y ella me llevó a otras poetas como Elizabeth Bishop, Denise Levertov, Margaret Atwood o Tess Gallagher o Theodore Roethke. Pero también me gustan la narrativa corta y los escritores más marginales como Antonio di Benedetto, Elvira Orphée, Hebe Uhart o Silvina Ocampo.

Asistí este otoño en Madrid, en Función Lenguaje (Centro de Literatura Aplicada) a un seminario organizado por los poetas Olvido García Valdés, Miguel Casado, Pedro Provencio y Antonio Ortega. Nos juntamos varias personas. Había algunos poetas muy jóvenes. Analizamos a Antonio Gamoneda, Lorenzo García Vega, José-Miguel Ullán y Eduardo Milán. Estoy leyendo y releyendo sus trabajos. Por otro lado, también estoy leyendo a Anne Carson, a la poeta danesa Inger Christensen y lo último de Menchu Gutiérrez y de Sonia Scarabelli, una poeta argentina. 

Por último, un hermoso audio de Sorkunde Idigoras con el poema Subconsciente


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