domingo, 21 de septiembre de 2014

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR, de Luis Cernuda

Estoy buscando un anécdota de la vida de Luis Cernuda que no encuentro entre mis libros y acudo a internet para ver si esta gigantesca biblioteca me ayuda. Lo primero que me encuentro es que hoy es el aniversario de su nacimiento. Poco después tropiezo con unos paseos literarios organizados por la Junta de Andalucia que, a partir de ese estupendo libro de recuerdos que se llama Ocnos, dan ganas de irse a Sevilla, echarse el libro en el bolsillo y pasear por sus calles con las palabras del poeta. 

Desisto de mi intento de encontrar lo que quería, pero no evito la tentación de recordar una vez más ese espléndido poema de amor que lleva por título 

SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


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