sábado, 19 de octubre de 2013

BLAS DE OTERO

Blas de Otero ha sido uno de mis primeros poetas. Me lo puso delante de los ojos Milagros Polo, la profesora de Lengua y Literatura en aquel destartalado y maravilloso Cardenal Cisneros, cuando cursaba COU y desde entonces le soy fiel. Incluso me gustan sus poemas religiosos y eso que las creencias no son lo mío. Pero Blas de Otero es distinto, tiene la fuerza de los más grandes y cada verso que escribe es una conmoción, un terremoto. Aún recuerdo la impresión que me produjo el  tremendo soneto Hombre cuando mi querida profesora nos lo dio para que lo comentáramos.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Blas de Otero es, además, el mejor sonetista contemporáneo en lengua castellana. Sus sonetos son sólo comparables a los de los clásicos Lope, Góngora o Quevedo. Fluyen con absoluta naturalidad y tienen  un decir completo y redondo.

Así, pues, no tengo nada más que mostrar mi agradecimiento a los de Galaxia Gutenberg por haber tenido la buena idea de recoger toda su obra en un tocho que, aunque sobrepasa las 1200 páginas, todavía aguanta el calificativo de libro de bolsillo. Aquí está, efectivamente, cuanto escribió, tanto en prosa como en verso, que siempre es grato tener reunida en un solo volumen la obra de un autor. Y menos mal que no rompió todos sus versos.

A LA INMENSA MAYORÍA

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad.  Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.

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