lunes, 4 de febrero de 2013

YEVGUENI YEVTUSHENKO

Vuelvo al lado poético de este blog, que es el que más me gusta y por el que comenzó a andar.

El caso es que con tanta actividad petitoria me he acordado de mi querido Evtuchenko —fijaos si ha pasado tiempo que hasta hemos cambiado la manera de escribir su apellido— y de un poema suyo que leí en más de una ocasión en público, El Tío Vasia.

Hoy, el que en otra época estuvo nominado al Nobel, es difícil de encontrar en las librerías. Sólo Visor mantiene una antología, Manzanas robadas, de sus poemas.


            EL TÍO VASIA

                                   A B. Okudzava


Esté verde el campo,
                                  amarillas las hojas,
caiga una lluvia fina o chaparrones,
el Tío Vasia siempre escribe peticiones,
peticiones,
                  peticiones,
                                   peticiones.
No cobra nada
                         por escribirlas.
No pide para él,
                          sino para otros.
Este es su eterno trabajo,
santo trabajo misericordioso.
No cree en los iconos,
                                    no cree en oraciones.
El Tío Vasia cree
                             solo
                                    en el Estado.
Para el enfermo de poliomitisis
él pide medicinas extranjeras.
Pide que a todos les den una casa,
que todos los inválidos
                                     tengan cochecito.
Quiere
            que no sufra la gente.
Quiere
            que nadie esté enfermo.
El Tío Vasia tiene setenta y cuatrro años.
Debía estar acostumbrado ya
a que en el mundo haya cosas mal hechas.
Pero no ha vivido aún
                                    lo suficiente.
Vive solo.
                 Posee una ramita
metida en una botella de cerveza.
Con algodón envuelve sus raíces
en el invierno, tímido
                                   y feliz.
Al Tío Vasia le parece raro
que yo lo mezcle y lo confunda todo por la vida.
La foto de mi amada
                                   (la primera)
él me la quitó: en su cuarto la tiene colgada.
Sufre su corazón
y se acuerda
                        de cómo nos queríamos.
Y por la noche habla con la foto
y pide
            que volvamos a estar juntos.
Delgado,
               inquieto,
                              siempre erguido,
dispuesto siempre a luchar por la gente,
con su viejo capote de ferroviario
y su barbita a lo Kalinin, puntiaguda,
siempre va muy de prisa
                                        a pesar de su vejez,
que nada en el mundo le puede curar.
Pero yo no creo
                           que pueda desaparecer.
Creo
         que el Tío Vasia es eterno
como los sufrimientos de la gente.
¡Y ha acumulado por ella tanta pena!
Siendo ferroviario, llevó a toda Rusia
en su vagón de tercera,
                                     sin compartimentos.
Hubo guerras y guerras:
                                       la primera mundial,
la guerra civil,
                        la segunda mundial,
y los inválidos siempre cantaban
                                                     lo mismo,
abriendo los ojos sin ver.
Ardían pueblos tras la ventanilla del vagón.
Entre tifus y sangre,
                                  Rusia se iba afirmando,
y moría en el suelo del vagón,
y en el suelo del vagón resucitaba.
A Rusia le esperaba un camino muy largo,
y el Tío Vasia era, en su camino,
médico
             y comadrona,
agitador
              y periódico vivo.
A todos daba algo de beber
y consolaba a todo
                               el que sufría.
Era su trabajo la bondad
y ahora la bondad se ha hecho trabajo.
Cuando regreso a casa muy de noche
en su ventana veo la luz siempre encendida,
El Tío Vasia le contesta a alguien,
a alguien defiende el Tío Vasia.
Mientras por defender sui posición
todo el mundo se afana entre preocupaciones,
el Tío Vasia
                     escribe peticiones,
peticiones,
                  peticiones,
                                   peticiones.

Entre la ciudad sí y la ciudad no. Alianza, 1980. Versión de Jesús López Pacheco sobre traducción de Natalia Ivanova.

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