sábado, 5 de diciembre de 2009

CELDA 211


Ver esta película es como recibir una patada en la boca del estómago. Quedé aplastado en la butaca del cine desde el momento en que comienza el motín en la cárcel hasta que termina la historia. No es precisamente para sensibilidades blanditas. Y, no obstante, salí de la sala con un fuerte deseo de ser mejor persona, de no ser indiferente al dolor de los otros, de ser solidario con los que sufren.

La historia que se nos cuenta es una historia formada por personajes al límite, extremos, y que viven una situación, así mismo, radical. La violencia está presente en todas y cada una de las acciones, en todas y cada una de las palabras, en todas y cada una de las miradas. Es una película violenta, porque reflexiona desde el centro mismo de la violencia. Y, sin embargo, hay un mensaje de amor.

La película es, también, una meditación sobre el azar. La casualidad, la puta casualidad, puede jugarmos tanto malas como buenas pasadas. Y existe. Eso bien lo saben los que juegan a la lotería. Pero también existe la mala suerte. La mala suerte elevada a extremos insospechados. Y, a pesar de todo, parece que podemos controlar nuestras vidas y decidir con una buena dosis de racionalidad.

Está claro que me ha gustado la película, pero es necesario tener una buena capacidad de encaje para no salir dando traspiés del cine.

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