lunes, 20 de julio de 2009

TIME STOP (1ª parte)

Time stop es un cuento de Diego Consuegra.


TIME STOP


Había conseguido parar el tiempo hacía unos cinco años. Exactamente dos días después de comprar el reloj en el Bazar Canarias a un anciano chino de pelo blanco y arrugas infinitas.

La primera vez que sucedió entre la sorpresa y el miedo a lo desconocido ( soy muy asustadizo) no pude disfrutar del histórico momento, pero hoy, según descendía los escalones hacia el campo, en el Santiago Bernabéu, en la final de la Copa de Europa del 2007, con 80.000 personas totalmente inmóviles y en completo silencio, con los jugadores estáticos en posturas increíbles y con el portero en el aire agarrando el balón que momentos antes había chutado el “rifle” Pandiani, estaba disfrutando, gozando el momento, relamiéndome, besando imaginariamente la orejona y babeando de placer.
Cuando pisé el césped me encaminé directamente hacia la portería del Milán, tenía que coger el balón de las manos de Dida, moverlo unos centímetros, volver a subir a mi asiento y colocar de nuevo la pila en el reloj para que el tiempo siguiese corriendo.
Si alguien me hubiese dicho que aquel reloj iba a conseguir que Osasuna ganase su primera Copa de Europa lo hubiese tildado de iluminado, paranoico o loco de atar, es más, hasta hubiese pensado que había hecho algún pacto con alguna satanasa de piernas largas (dos) y besos de miel.

El chino cuando me vendió el reloj me hizo una advertencia que en aquel momento no entendí; es más, la tomé a risa, ya que la situación era calcada a la de las advertencias de la película de los gremlins, sólo que aquí podía mojar el reloj (era sumergible), podía darle de comer las pilas que quisiera y podía sacarlo a pasear a pleno Sol….

-Antes de malchalte tengo que decil lecomendación leloj: “No uses mal el tiempo o el tiempo te usalá a ti “

Salí del bazar con el reloj en la muñeca, la frase del chino en la cabeza y las instrucciones en la mano, pero como siempre he sido muy perezoso para buscar aplicaciones que luego nunca aplico, las tiré en la primera papelera que se cruzó en mi camino. Tenía la hora, tenía los minutos y tenía los segundos. No pensaba bucear a más de cien metros, ni pensaba cronometrarme haciendo ningún tipo de deporte, ni pensaba usarlo como despertador, ni me interesaba conocer la hora de New York o de Moscú.

Pasaron dos días y el reloj comenzó a atrasar, primero lentamente y luego mucho más deprisa, ya llevaba dos horas de retraso y de seguir con esa ratio en un par de semanas tendría que calcular la hora por las sombras del sol.Faltó muy poco para que volviese a meterle el reloj por el culo al chino pero como para ir al bazar tenía que coger el metro, me entró pereza y me puse a tocar, apretar y estirar todos los botoncitos que tenía. Cuando llevaba un par de minutos haciéndolo me di cuenta de que lo que estaba haciendo era el imbécil.

Continuará...

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